Descripción
La maqbara de Mayrit: la muerte en el Madrid islámico, es una magnifica publicación que recoge, a través de la presentación y análisis de La única estela funeraria que se conoce en Madrid, el conocimiento actual sobre el mundo funerario de las comunidades andalusíes en la ciudad gracias a la contribución de especialistas que contextualizan el hallazgo desde el punto de vista histórico y arqueológico.
La excepcional pieza, sobre la que bascula la presentación y esta publicación, es un epígrafe árabe funerario de principios del siglo X, localizado en el centro histórico de la capital, que fue adquirida por el Museo Arqueológico de Madrid en el año 2012, ha sido restaurada para ser presentada dentro de la serie El Presente de la Arqueología Madrileña, una serie de presentaciones de pequeño formato que exponen novedades arqueológicas singulares sobre el pasado de nuestra región.
La maqbara de Mayrit se acompaña de información sobre el conocimiento arqueológico actual del mundo funerario de las comunidades andalusíes en la ciudad de Madrid, cuya memoria, perdida con el paso de los siglos, va siendo actualizada a partir de la constante investigación. Ello ha permitido recuperar la localización del que sería unos de los antiguos espacios cementeriales islámicos, ubicado al sur del espacio hoy conocido como “Puerta de Moros”.
Esta muestra es la quinta de esta serie, que arrancó con el descubrimiento de una nueva especie, “Haploidocerus Mediterraneus. Una nueva especie de ciervo en el Pleistoceno ibérico”, y continuó con “Esperando tiempos mejores. Las ocultaciones tardorromanas del siglo V d.C. en Cubas de la Sagra”. Le siguió “Colonos de la Primera Edad de Hierro en Madrid: las longhouses de Las Camas (Villaverde Bajo, Madrid)”. Por último la antecesora de la actual “En áfrica hace 1,7 millones de años: el origen del Achelense” presentó un extraordinario bifaz, fabricado por el Homo ergaster hace 1,7 millones de años.
El cementerio musulmán de Madrid, la maqbara olvidada
Nada señala su ubicación y poca gente conoce el secreto, pero bajo la plaza de la Cebada, extendiéndose hacia el sur, estuvo el cementerio más antiguo que se ha documentado en Madrid: la maqbara islámica, que acogió el descanso eterno de los musulmanes madrileños desde el siglo IX hasta principios del XVI.
Quinientos años después de la desaparición y urbanización de aquella maqbara, bajo las casas que hay entre las calles de Toledo y del Humilladero todavía existen muchas tumbas cuyos moradores esperan, mirando hacia La Meca, la llegada del yaum al-qiyama: el día de la resurrección.
El 21 de febrero de 1502, los musulmanes de Madrid pactaron con el Concejo las condiciones de su conversión a la fe católica, en aplicación de la pragmática real que había sido emitida el día 14 del mismo mes. La comunidad mudéjar de Madrid era la última pervivencia de la madinat Mayrit, la «pequeña y próspera ciudad» de la frontera norte de al-Ándalus a la que se había referido, entre otros, el famoso geógrafo ceutí al-Idrisi en su Libro de los caminos y reinos.
Era una comunidad pequeña, que a pesar de su escaso número gozaba de buena consideración y de cierta importancia en la Villa debido a su peso en sectores clave como los de las obras públicas, herrería o carpintería. Por esta razón, los mudéjares madrileños habían ido sorteando en mayor o menor medida las disposiciones que desde el siglo xiii ordenaban su apartamiento, es decir, su segregación de la sociedad cristiana a través de la obligación de vivir en barrio separado y de llevar señales distintivas o la prohibición de ejercer determinados oficios, entre otras. La tolerancia, sin embargo, no duraría para siempre.
Los Reyes Católicos estaban decididos a liquidar la diversidad religiosa en sus reinos y, así, a la conquista del Reino de Granada en enero de 1492, que se había hecho bajo el compromiso de respetar la fe y costumbres de los musulmanes granadinos –las famosas capitulaciones, que enseguida fueron dejadas sin efecto–, siguió el decreto de expulsión de los judíos en marzo del mismo año, y poco después se ordenó la conversión forzosa de los «moros», primero los del Reino de Granada (1501), después los de Castilla (1502) y finalmente los de la Corona de Aragón (1525).
Ante la imposibilidad de evitar la conversión, la aljama, esto es, la institución que representaba formalmente a la comunidad mudéjar, pactó con el Concejo las condiciones para abrazar colectivamente la religión obligatoria. Además de quedar exentos del pago de impuestos y de la acción de la Inquisición durante diez años, los mudéjares solicitaron y obtuvieron del Concejo, según refleja el Libro de acuerdos, el mantenimiento del «osario que tienen con sus piedras», es decir, del cementerio (maqbara) de su comunidad, que era el lugar que –por lo que sabemos ahora– había acogido el descanso eterno de los musulmanes madrileños desde el siglo ix hasta ese momento a principios del siglo xvi, lo que lo convertía posiblemente en el cementerio más antiguo de Madrid.
La ubicación de la la maqbara de Mayrit, en las inmediaciones de la plaza de la Cebada, es bien conocida documentalmente debido a que Beatriz Galindo, apodada la Latina, empezó a presionar ya en octubre de 1502 para que los terrenos del osario fueran cedidos al hospital que llevaba su nombre, y que, dicho sea de paso, había sido construido pocos años atrás bajo la dirección de un alarife o maestro de obras mudéjar: el maestre Haçan.
No sabemos por qué razón los pactos entre el Concejo y la aljama parecen haber quedado sin efecto, al menos en lo tocante al mantenimiento de la maqbara de Mayrit, y la laguna existente en los Libros de acuerdos entre 1504 y 1512 impide saber a qué vicisitudes tuvieron que enfrentarse los musulmanes conversos de Madrid en sus primeros años. El caso es que el osario desapareció, tragado por el crecimiento urbano, y «sus piedras», es decir, sus lápidas, fueron reutilizadas en construcciones diversas.
El rito funerario andalusí
De acuerdo con el ritual canónico, que se impuso paulatinamente, el entierro debía producirse tan pronto como fuera posible, generalmente dentro de las 24 horas posteriores a la muerte. El cadáver era cuidadosamente lavado, perfumado y amortajado con un número impar de telas limpias. Después, se le trasladaba al cementerio sobre unas angarillas o unas tablas y una vez allí los asistentes, en hileras ante el cuerpo del difunto, pronunciaban la oración fúnebre. El difunto era inhumado sin ataúd, con el rostro o con el cuerpo entero girado hacia La Meca. Idealmente, el cuerpo se protegía con tablones o lajas de piedra para que la tierra no cayera directamente sobre el mismo.
La estela funeraria de Darir ibn Ibrahim
La única estela funeraria que se conoce en Madrid –y que representa uno de los dos únicos ejemplos de epigrafía árabe madrileña existentes; el otro es un alfiz de yeso– fue redescubierta y estudiada recientemente. Desconocemos las circunstancias de su hallazgo, que al parecer se produjo hace dos décadas en el derribo de un edificio del centro de Madrid, y por qué razón fue a parar a manos de un particular, que ha terminado adquiriendo el Museo Arqueológico Regional.
Se trata de una lápida rectangular de piedra caliza, de aproximadamente 41 × 26 cm, bastante deteriorada, con una inscripción en relieve en caracteres árabes de estilo cúfico arcaico, típico de la epigrafía emiral, y restos de pigmento rojo que debió de resaltar la inscripción. El estudio y traducción de la misma ha sido realizado por la arabista María Antonia Martínez Núñez,3 especialista en epigrafía andalusí:
En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Este es el sepulcro de Darir ibn Ibrahim. Murió, Dios tenga misericordia de él, el diurno del sábado, a veinte días pasados de ramadán, que fue del año ocho y trescientos [20 de ramadán del 308/2 de febrero del 921], y refresque (Dios) su tumba. La vida está en la paz de Dios.
Nada se sabe de este personaje, cuyo nombre, Darir, es bastante inusual, y su filiación «hijo de [ibn] Ibrahim» no permite deducir ningún origen familiar o étnico concreto. Tampoco se indica la edad de su muerte. Lo que sí sabemos, sin embargo, es que se trató de alguien de cierta relevancia, no solo por la existencia de la estela funeraria en sí, sino también por el hecho de que esta presente en su parte trasera una irregularidad que hace pensar que estuvo originalmente embutida en la pared de una construcción funeraria más grande.
Por otra parte, de acuerdo con la profesora Martínez Núñez, los rasgos de la estela son los típicos de un epitafio urbano, ya que las estelas halladas en áreas rurales suelen tener otras características textuales. Todo ello invita a pensar que Madrid, a finales del emirato, había alcanzado ya cierto grado de desarrollo urbano, lo que resulta totalmente coherente con la denominación de civitas que le da el obispo Sampiro al narrar la incursión de Ramiro II en el año 936, y la análoga de madina que utiliza Ibn Hayyán en relación con el nombramiento de un gobernador en el 940.
FUENTE: REVISTA MADRID HISTÓRICO
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