Gladiador romano. Réplica en cerámica de un Murmillo.

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Reproducción en cerámica realizada de forma artesanal de una figura de gladiador romano. Concretamente se trata de un gladiador de tipo Mumillo. La réplica está basada en la representada en diversas estelas funerarias (lapidas) de tumbas de gladiadores como la del museo de Éfeso o en las ruinas de Pompeya.

Tamaño: 13 x 7 cm.
Material: cerámica

Sin existencias

Descripción

Gladiador romano. Réplica en cerámica de un Murmillo

Reproducción en cerámica realizada de forma artesanal de una figura de gladiador romano. Concretamente se trata de un gladiador de tipo Mumillo. La réplica está basada en la representada en diversas estelas funerarias (lapidas) de tumbas de gladiadores como la del museo de Éfeso o en las ruinas de Pompeya.

Un gladiador (en latín: gladiator, de gladius, espada) era un combatiente armado que entretenía al público en la Antigua Roma en confrontaciones violentas y mortales contra otros gladiadores, contra animales o contra condenados a muerte. La mayoría de los gladiadores eran criminales condenados, esclavos o prisioneros de guerra, aunque algunos eran hombres libres y no siempre de baja extracción.

 

El murmillo

La principal característica que distinguía al murmillo de otros tipos de gladiadores era la cresta de su casco que tenía una forma que asemejaba la de un pez. Además de eso, portaba unos ropajes de tela, un cinturón, una greba en su pierna izquierda y un brazalete en su brazo derecho. Estaba armado con el gladius romano (arma a la que los gladiadores deben su denominación), y también portaba el escudo rectangular típico de los legionarios romanos. En ocasiones, los murmillos luchaban con la armadura completa, lo cual hacía de ellos un oponente formidable.

Se cree que el estilo de la vestimenta y de las armas de este tipo de gladiador derivaba de los prisioneros galos.

El emparejamiento más común era el que enfrentaba a un murmillo con un tracio. Sin embargo, también era habitual el enfrentamiento con un reciario o con un hoplomachus.

Un mirmillon representado en el cuadro Pollice Verso, por Jean-Léon Gérôme (1872).

Un mirmillon representado en el cuadro Pollice Verso, por Jean-Léon Gérôme (1872).

Gladiadores en Hispania

Eran en su mayoría esclavos, y su sangre regaba la arena de los anfiteatros de Hispania, para deleite de sus amos. Valientes, hercúleos, dioses sin el atributo de la inmortalidad, peleaban hasta el último aliento de sus vidas y miraban de frente a la muerte. Si vencían, podían obtener su libertad. Pero, si caían, una libertad distinta les aguardaba, aquella que los libraba de todas sus servidumbres y ataduras mortales. El negocio de los gladiadores movía mucho dinero en Hispania, sede de importantes escuelas; y víctimas y verdugos nos han legado las huellas de esa oscura barbarie. Por: Alberto de Frutos

Tras la colonización romana de la Península, una de las tradiciones que se contagió a Hispania fue la organización de espectáculos en los que los gladiadores se enfrentaban entre sí y, en ocasiones, a fieras.

Estos espectáculos gladiatorios habían nacido en Roma con el fin de otorgar mayor pompa y circunstancia a los funerales de personas de alta alcurnia. De hecho, se habían constituido como una mera sustitución de los sacrificios humanos sobre las tumbas de los grandes personajes. El primer espectáculo gladiatorio (munus) de que se tiene referencia en Roma data del año 264 a.C. y sirvió para conmemorar los funerales de Junio Bruto.

Hay constancia de un primer espectáculo de gladiadores en territorio hispano cuando, en 206 a.C., Publio Cornelio Escipión organizó en Carthago Nova –actual Cartagena– un funeral con gladiadores en honor a su padre y su tío, que habían perdido la vida a la mayor gloria de la República durante la II Guerra Púnica. Lo que más nos llama la atención de ese combate es que sus participantes se prestaron a él de forma altruista y gratuita, recibiendo el nombre de ingenui.

Aunque casi todos asociamos los espectáculos de gladiadores a la Ciudad Eterna, debido en parte a las películas de “romanos” como Espartaco, los pueblos iberos los practicaron en varias ocasiones para honrar a sus difuntos más ilustres. En 140 a.C. se desarrollaron luchas entre gladiadores sobre el túmulo cinerario de Viriato –¡combatieron nada menos que 200 parejas de gladiadores!– y se han hallado cerámicas funerarias donde se representa este tipo de espectáculos en localidades como San Miguel de Liria, Porcuna, Osuna y Elche.

Con posterioridad, estos ocios adquirieron fama universal dentro de la República y más tarde con el Imperio. Sirva como ejemplo de esta popularidad el relato de Asinio Pollión a Cicerón en el que narra un suceso acaecido en el anfiteatro de Gades (Cádiz): un ciudadano romano fue obligado a luchar como gladiador y luego quemado en la hoguera.

Para evitar los excesos sanguinolentos, las autoridades legislaron prolijamente al respecto. Entre las obligaciones de los máximos dirigentes romanos se encontraba la de ofrecer entretenimiento al pueblo llano, garantizando espectáculos de gladiadores a la manera de los juegos que ya tenían lugar en la metrópoli. Las leyes sobre este particular, en concreto la Lex Coloniae Genetivae Iuliae, llegaban todavía más lejos y disponían la cantidad de dinero que se debía gastar en estos juegos –al menos 2.000 sestercios por día, aunque la cantidad variaba en función del cargo público que ostentara el encargado de organizar los juegos–; e incluso la duración de los mismos –un mínimo de cuatro días. Como caso extremo, en las capitales provinciales el coste de estos espectáculos podía desorbitarse hasta los cincuenta mil sestercios por día.

De este modo, los cargos públicos, debido tanto a la legislación como a las imperiosas demandas de una población deseosa de sangre, se apresuraron a ofrecer espectáculos de gladiadores, hasta el punto de que convertirse en gladiador profesional fue un lucrativo negocio, siempre, claro está, que los luchadores no murieran en combate…

Los empresarios que se dedicaban a entrenar a los gladiadores –los lanistas– llegaban a exigir 10.000 sestercios por la compra de los gladiadores considerados casi invencibles, y parte de ese dinero se recuperaba si el gladiador no moría en combate. No obstante, la opción preferida, según el jurista Cayo, era la del alquiler, oscilando el precio medio en torno a 80 sestercios al día, si bien el contrato solía especificar que, en caso de muerte, se consideraba ejecutada la venta y el promotor del espectáculo debía pagar al lanista 4.000 sestercios por el luchador.

El coste de los espectáculos hacía de ellos todo un lujo de carácter excepcional en la tradición hispanorromana, solo al alcance de las clases más pudientes de la sociedad.

El desempeño gladiatorio precisaba de un marco para desarrollarse, donde tuviera cabida la muchedumbre ansiosa por ver luchar a las parejas de héroes. En Roma se construyeron anfiteatros, el más famoso de los cuales fue el anfiteatro Flavio, más conocido como Coliseo –por la colosal estatua de Nerón que se alzaba frente a él–; si bien el primer anfiteatro de que se tiene noticia fue mandado construir por el general y político Estatilio Tauro en el 29 a.C.

En Hispania, siguiendo la estela de la capital del imperio, destacaron los anfiteatros de Corduba (Córdoba), Gades (Cádiz) y Emerita Augusta (Mérida) y, en menor medida los de Barcino y Tarraco (Barcelona y Tarragona respectivamente). En total, se han encontrado una docena de anfiteatros relativamente bien conservados, así como restos de otros diez de carácter incierto por la mala conservación de los mismos. Estos anfiteatros son la llave para comprender el fenómeno de estos juegos, en tanto que, en sus instalaciones, se han hallado una veintena de lápidas funerarias en honor de los gladiadores caídos durante los espectáculos. Así, nuestra Hispania sería uno de los lugares donde más inscripciones de este tipo se han encontrado, exceptuando Roma y Carthago (actual Túnez).

FUENTE: Historia de Iberia vieja

Si te gustan las reproduciones de arte romano, puedes encontrar más aquí.

 

 

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